Suspension points

Laura Hakel | 2018

Suspension Points

Por Laura Hakel

 

            A primera vista la sala principal de la galería Continua parece vacía. Es una antigua sala de cine sin butacas de San Giminiano, en el medio de la Toscana. Al fondo, el telón del escenario se encuentra apenas abierto por un costado, y desde aún más atrás llega la melodía de una caja musical a bajo volumen. Jorge Macchi reservó la enorme sala para ubicar el accidente que se descubre unos pasos más adelante, en la instalación La noche de los museos.

            La pieza produce un contrasentido entre el pasado y el presente de una acción: la caída sobre la alfombra de algunos de los focos de luz que riegan el techo, la evanescencia ambigua del estampado que parecen derramar sobre aquella –que podría ser la memoria de los artefactos de luz que se vierte como agua–, y la presencia del visitante que entra en la sala. Con gran economía de recursos, Macchi construye una situación inesperada donde lo que vemos, en lugar de desvanecerse como el aliento sobre un vidrio, genera una contradicción entre una desaparición o una expansión que esperamos y que no termina de pasar. La imagen persiste, lo accidental e inmediato se perpetúa, transformando la sala en un espacio de puntos suspendidos en el tiempo.

Los puntos suspensivos son signos engañosos. No sólo constituyen una marca rítmica en el flujo de lo que leemos, sino que implican una pausa expresiva, una omisión, sugieren algo que no está y que debemos inferir. Son una pregunta activa y casi microscópica en el texto, un punto ciego o una elipsis fantasmal arrastrada por la cadencia narrativa que nos empuja unos pasos más adentro de la ficción. Algo semejante sugiere la “teoría del iceberg” de Ernest Hemingway, una estrategia de escritura que deja fuera de la narración una parte esencial de los acontecimientos de un relato para que el lector recupere los vacíos con sus propias inducciones y sentimientos. Las ausencias, desviaciones y modulaciones son parte de la materia con la que Jorge Macchi realiza sus obras, pero ellas operan sobre la trama de la realidad. El artista construye metáforas visuales de gran potencia conceptual, utilizando elementos que pertenecen a la cotidianidad; objetos como relojes, ventiladores o tocadiscos, con los que plantea situaciones contradictorias y paradójicas que interpelan emocionalmente y con espíritu surrealista lo que vemos y lo que sabemos de las cosas.

Su exposición individual en la galería Continua reúne una serie de instalaciones de mediana y gran escala, entre ellas dos obras en colaboración con Edgardo Rudnitzky, junto con videos, objetos y pinturas realizadas en los últimos dos años. Como es frecuente en su trabajo, se encuentran atravesadas por referencias a la literatura, el cine, la música y la historia del arte, a la vez que por lo accidental, lo onírico, la tragedia y el humor.

            Las obras no ocultan el artificio. La imagen que se derrama en la alfombra de La noche de los museos está entretejida en su trama con hilos de color. En otro casos se trata de un señuelo, como en Trap, la instalación ubicada detrás del telón en el escenario, un piano de cola es también una caja-trampa donde podemos quedar atrapados. En una pequeña sala, siguiendo el recorrido, Portal es un cierre común y corriente, pero también un portal interdimensional, erguido como la puerta de una carpa invisible. En este contexto, las obras recuerdan el “pacto de lectura” en  la literatura, o la suspensión de la incredulidad en el cine, el teatro o la música: ese momento en el que nos rendimos frente a la trama ficcional de una obra y traspasamos a la nueva realidad que propone, o quedamos atrapados en ella.

Sin embargo en las obras de Macchi los objetos siguen siendo lo que son, y si generan cortocircuitos en las estructuras cognitivas y visuales con las que organizamos el mundo –como el tiempo y el espacio–, esto se potencia por el hecho de que el espectador no puede refugiarse en haber sido engañado por una ilusión: en ellas la ficción es evidente y prácticamente tangible. No hay fantasía o trucos mágicos difíciles de develar y esta es la variable con la que desestabiliza aún más la realidad.

            Suspension Points toma su nombre de un díptico en el que Macchi reúne todos los puntos que componen una imagen y los reordena en los bordes del papel, como si fueran partículas de polvo que se dispersan con un soplido. Pero los puntos suspensivos son también las perforaciones de la tarjeta descalabrada de una caja musical (Himno), una serie de discos negros de vinilo que comienzan a girar ante la presencia del espectador (Waking Hours) y el titileo detenido del segundero de un reloj digital (2018). Presents es una instalación formada por esqueletos metálicos que representan los pliegues del los papeles que supuestamente envolvieron cajas u objetos en el momento en que fueron abiertos: son estructuras presentes de la memoria de un tiempo pasado. Las obras están pobladas de ideas sobre la fragilidad de lo visible, la arquitectura con la que se construyen los recuerdos y los átomos que componen las imágenes, tanto físicas como mentales. El artista agita esos átomos y estructuras, los vacía y los somete a accidentes, produciendo anomalías que parecen mostrarnos que cuando el mundo se percibe como una imagen su vulnerabilidad salta a la vista: junto, todo se sostiene, pero si se tira de un hilo se puede deshacer el tapiz entero.

            La misma lógica con la que opera en sus objetos e instalaciones aparece en sus pinturas. Temporary Relief es un óleo donde la imagen presenta una vitrina rota, emparchada con cinta adhesiva. La vitrina es un dispositivo casi invisible, cuyo objetivo es dar un marco, habilitar la mirada hacia otra cosa –quizás una metáfora de la pintura–, que en este caso resiste a derrumbarse en su completa precariedad. La obra trae a la luz una imagen en crisis sobre lo visual y la vuelca sobre la historia de la pintura y de la representación, construyendo una imagen casi “realista” que deambula pictóricamente entre la figuración y la abstracción.

            El escritor Ricardo Piglia dice que la novela busca sus temas en la realidad pero que encuentra en los sueños un modo de leer. También, describe a un tipo de lector visionario, que lee para saber cómo vivir. Esta pareciera ser la manera en la que Jorge Macchi observa los objetos cotidianos. Sus obras son artefactos visuales que investigan cómo miramos, cómo piensan nuestros ojos, y amplifican la acción del misterio mediante el cual las imágenes moldean lo que sabemos del mundo. Macchi las afecta con un registro casi onírico, convirtiéndolas en una especie de trampa de desorientación. Así construye una poética de la suspensión, de lo que persiste a contrapelo del tiempo o fuera de campo.

            Si en un extremo está la realidad y en el otro están los sueños, las imágenes son el centro: un molde que le da forma a la primera y que se libera en los segundos. En ese registro de lo raro, lo extrañado y lo onírico que Macchi acentúa con sus desviaciones y estrategias, modulaciones y cambios de ritmo en lo que vemos, surge una manera de narrar nuestra relación con la memoria y con los otros: una relación porosa fijada en las imágenes de las cosas que nos rodean, sostenida por una memoria emocional que hace que los objetos sean mucho más de lo que parecen. Jorge Macchi muestra cómo las imágenes nos constituyen, y la potencia y la fragilidad de esa condición.