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La virgen extraviada

Graciela Speranza Revista Otra Parte | 19/08/2021

Hay una pieza musical que obsesiona a Jorge Macchi desde muy joven. Es el preludio La cathédrale engloutie, que Debussy compuso inspirándose en la leyenda bretona de una catedral sumergida que se eleva en las mañanas claras y pervive en el repiquetear de las campanas que a veces se escucha frente al mar a la distancia. Y aunque Macchi lleva treinta años tratando de tocarla al piano sin alcanzar la alternancia sutil de majestuosidad y melancolía que impone la pieza, encontró una clave para interpretarla a su manera en una indicación que Debussy anotó hacia el final de la partitura. El preludio inspiró una obra efímera, su Preludio, una réplica de la aguja de la catedral de Bariloche que durante cuatro meses, “como un eco de la frase escuchada anteriormente”, emergió del lago Nahuel Huapi, majestuosa y melancólica, a unos cincuenta metros de la catedral de Bariloche.

“Solía concebir un arte bajo la forma de otra”, decía Proust de Balzac, y hay un eco de la frase en toda la obra de Macchi, una partitura proteica que se interpreta en los medios más diversos —el dibujo, la pintura, la instalación, el video, la arquitectura o la música—, pero sobre todo concibiendo un arte bajo la forma de otra. No sorprende por lo tanto que a modo de coda musical a su Preludio, Macchi haya emprendido un viaje en busca del original de la Virgen de Loreto de la catedral de Bariloche, réplica de la talla policromada del siglo XVII que se conserva en la iglesia de Santa María de Loreto en Achao, al otro lado de la cordillera, y que el viaje haya inspirado su primera pieza, digámoslo así, literaria, La virgen extraviada, una edición de 500 libros numerados y firmados que viene a sumarse sin sobresaltos al resto de la obra. Porque aunque cuesta definir el género —¿diario de viaje? ¿crónica? ¿catálogo razonado? ¿cuaderno de notas?—, el libro es un auténtico Macchi, hecho de réplicas, paradojas visuales, constelaciones y supervivencias. Ya en el comienzo, en la partida a Bariloche, unas gemelas en la sala de espera del aeropuerto traen ecos de unas costureras que hacen movimientos idénticos en una puesta de Galileo Galilei del 98, y luego de una obra suya, Vida paralelas, dos vidrios quebrados con rajaduras idénticas y, enseguida, en la deriva, el recuerdo de una ruptura amorosa. Queda claro de ahí en más que Macchi lo ve todo traducido a formas (un ferry es un “laberinto flotante”, un barco reflejado en el espejo del lago es “una cabeza de pato de historieta”) y que su mirada es un imán de simetrías, réplicas perfectas o fallidas, coincidencias y repeticiones, como si en esa constelación de dobles (¿la figura cortazariana?), el caos de la experiencia encontrara por un momento la calma de un orden. Recuerdos de la vida vivida se van colando entretanto en el relato del viaje y se anudan a veces discretamente con el origen de una pieza (la muerte del padre con los obituarios calados de Monoblock; dos fotos de la familia Benzacar con su Díptico, réplica 1:1 de la vieja galería en la nueva), una correspondencia entre arte y vida que lo alejan del conceptualismo frío que alguna vez se leyó en su obra, y lo acerca más bien a la indagación de las relaciones del arte con el deseo, el azar y el misterio que inspiró a Duchamp y los surrealistas. Y aunque ni siquiera el propio Macchi sabe qué busca en ese viaje simétrico que atraviesa la cordillera en una dirección y en otra (¿es el “Sehnsucht, ese anhelo por una cosa intangible” que lee en una cita de María Gainza?), no parece casual que el encuentro con el original de la Virgen de Loreto en Achao, minuciosamente descripta, ocupe el centro perfecto del libro, y dispare allí mismo una digresión sobre las réplicas, que lleva a las réplicas de terremotos, los replicantes de Blade Runner y hasta al agua mineral Eco de los Andes. Pero hay también otras imágenes, objets trouvés humorísticos del viaje, que nunca fueron obras (un cartel doble a doble página en que se lee “Óptica Exce Lentes”), y obras nunca realizadas que quizás escondan una clave, como la foto que podría reunir en un perfecto capicúa un colectivo de la línea 24 con otro de la línea 42 que se cruzan en la esquina de su estudio. “Quizás haya algo en esa foto y en esa espera”, escribe. “Quizás pase algo que desactive mis inútiles y persistentes intentos por controlar todo lo que obviamente escapa a mi control”. Y si por momentos el libro se acerca al catálogo razonado, a veces sólo aflora el recuerdo de la experiencia y ni siquiera se nombra la obra, como en la imagen de ese río que la lluvia dibuja en la ventana de un tren en los Alpes, replicando la silueta de las montañas, una muestra delicadísima de la sensibilidad poética y la imaginación metafórica que mucho antes de traducirse en un libro inspira la obra de Jorge Macchi.

 

Jorge Macchi, La virgen extraviada, 500 libros numerados y firmados, Ediciones Manuela López Anaya, 2020, 168 págs.