Jorge Macchi
Buenos Aires. Galería Ruth Benzacar
Cada nueva exhibición de obras de Jorge Macchi (Buenos Aires, 1963) es recibida en Argentina con grandes expectativas. Macchi es profeta en su tierra: además de ser el artista contemporáneo más solicitado desde el exterior, lidera –con la discreción que lo caracteriza- a una legión multigeneracional de artistas enrolados en el conceptualismo sensible. Su reciente inauguración en la sala principal de Ruth Benzacar permite apreciar un puñado de sus nuevas piezas, diez obras signadas por señas de autoría a esta altura inconfundibles. “Si esta exposición fuera un libro –dice Macchi- sería una colección de diez relatos breves antes que una novela compuesta por diez capítulos”. Cada obra es, en efecto, un pequeño relato que se dispara a partir de una imagen, una sensación, una idea. Los títulos son cortos y austeros, pero desde su sencillez colaboran orientando la lectura en una posible dirección. En este sentido, es preciso señalar que esta es la exposición más orientada de Macchi, quien junto a la elocuencia de sus títulos ofrece además una suerte de visita guiada gráfica en la que mediante un plano y unas pocas palabras brinda a los espectadores ciertas pistas poéticas de acceso a las obras. El ejercicio, en tiempos de conceptualismos duros y herméticos, no deja de ser interesante: el artista decide envolver sus imágenes con las palabras que más le satisfacen, generando un hipotético diccionario de definiciones que calman la ansiedad de quienes suelen pedir siempre más información, y agregan un plus de placer textual a quienes gustan de realizar sus propias interpretaciones. Damero “es una estructura desnuda”; Atlas “es una pesadilla cartográfica”; Red negra “es una transfiguración”; las tres piezas devuelven la fascinación de Macchi por los mapas. Más papeles intervenidos en Liliput (que “es la crónica de un viaje a un mundo mínimo”), los países recortados y desprendidos de un planisferio, sueltos sin el esqueleto que los sostiene, manchitas de color navegando a la deriva sobre un plano que las transforma en pintura abstracta. Nube “es un desencuentro perfecto”; La ciudad luz “es una perspectiva sombría con un punto de fuga luminoso”, dos obras acerca de ciudades y sombras, en la primera hay una postal de formato horizontal y una sombra proyectada sobre la imagen, del mismo tamaño pero en posición vertical. 5 notas “es una canción breve y extensa”, una instalación compuesta por cinco cables de acero tensados de lado a lado de la galería y que, en su derrotero, atraviesan una hoja pentagramada generando un metafórico registro fijo de la temporalidad músical. También con la música -esta vez de su habitual colaborador Edgardo Rudnitzky- opera Streamline, video hipnótico que Macchi describe como “una pieza musical para un instrumento de 5 cuerdas frotadas”, emparentado con la Caja de música presentada en la Bienal de San Pablo 2004. Las últimas dos obras del recorrido son Windows y Hotel. Windows “es un paisaje urbano sin personas”; se trata de dos fotografías que descubren en la ciudad las palabras “el dolor” y “la emoción” estampadas sobre paredes como parte de textos publicitarios. Fuera de contexto, palabras y ventanas dialogan al borde del absurdo. Como cierre del tour queda Hotel, una de esas joyas en las que Macchi sintetiza sentimientos mediante recursos tan austeros como eficaces. Es, también, la pieza que merece un texto más largo por parte del propio artista en su manual para los visitantes: “Hotel es un recuerdo. Está oscuro y la única luz viene de una lámpara adosada a una pared pintada con motivos decorativos de color azul. El dibujo, que es nítido cerca de la lámpara, se desvanece a medida que se aleja de ella”. La obra no está instalada en un espacio oscuro; Macchi recrea su recuerdo en medio de la sala, a plena luz, y el efecto es aún más potente. Mil historias se desprenden de esa imagen difusa, de la pared de un cuarto de hotel que no se pudo olvidar.