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Cámara traslúcida
Por Laura Hakel
En el año 2016, luego de la mudanza de la galería Ruth Benzacar de su histórica sede en la calle Florida al barrio de Villa Crespo, Jorge Macchi construyó una réplica en madera a tamaño natural de la antigua sala y la incrustó dentro de la nueva, creando una mamushka espacial que al entrar y recorrerla generaba ecos fantasmales entre las divergentes historias de la galería. Díptico se llamaba la instalación. Ahora, en cambio, en Cámara translúcida, Macchi crea un espacio inaccesible: una misteriosa pared de ladrillos flotantes que bloquea el ingreso a la sala, sellada seis metros más adelante por una trama de cemento perforada por los ladrillos faltantes, como si los materiales de un muro de hubiesen divorciado. Ambas partes delimitan un nuevo espacio de transparencias y a través de ellos, ubicando el ojo en el ángulo correcto, es posible ver al fondo de la galería una gran pintura. Para espiarla de cerca, el visitante debe cambiar el recorrido habitual: subir una escalera lateral, atravesar la sucesión de escritorios y oficinas con sus transacciones habitualmente invisibles al público (entre los que Macchi dispuso una serie de obras como pequeñas jaulas y globos oculares pintados en acuarela) y finalmente volver a descender a la sala cruzando por una trastienda abarrotada de obras de otros artistas. Al bajar, una enorme pintura que parece forzada a volverse una trama, nos recibe. Es la representación de los ladrillos de un muro a través de los cuales emergen fragmentos de una estampa erótica japonesa. La historia del arte concibe al cuadro como una ventana al mundo pero también un cuadro puede ser un cuerpo extraño y opaco, prisionero de su contorno.
Las obras de Macchi investigan el pensamiento de nuestros ojos. Son densas e intrincadas redes semánticas, imágenes que tematizan el acto de ver y que muestran cómo la relación entre lo que vemos y lo que sabemos nunca se estabiliza del todo. Al bloquear un acceso, el artista devela otro generalmente oculto: los flujos internos del movimiento en una galería de arte, los corredores laterales del circuito artístico privado. Cámara translúcida podría ser un retrato del sistema del arte con sus zonas de exclusión simbólica y literal, sus perspectivas voyeuristas y una puesta en evidencia del fuera de campo como parte del espectáculo. Roland Barthes comentó en “La Cámara Lúcida” que la historia tiene una construcción histérica: “Sólo se constituye si se la mira y para mirarla es necesario estar excluido de ella”. Las obras de esta exposición se balancean en un juego de clausura y apertura y su fuerza radica en la capacidad que tienen de complicarnos la mirada, de señalar caminos impensados para nuestro deseo.